El impacto de los sistemas de monitorización en personas con discapacidad o dependencia I
Hoy en día la tecnología y los sistemas de monitorización ya está integrados en nuestra vida cotidiana y muchas personas dependientes o con algún tipo de discapacidad llevan alguna clase de dispositivo localizador. Además, incluye habitualmente un botón que alerta en caso de un accidente o emergencia.
Un paso más en la integración de la tecnología relacionada con la salud es la que incorpora dispositivos electrónicos en prendas de ropa (camisetas, calcetines, calzado) y también en complementos (gafas, auriculares, cinturones, pulseras o relojes).
Es lo que denominamos como wearables, un anglicismo que hace referencia a dispositivos que llevamos sobre nuestro cuerpo. Estos sensores electrónicos y aparatos “vestibles” son cada vez más comunes en nuestro día a día. Se pueden adaptar a elementos cotidianos como gafas, relojes o diversas prendas de ropa para ofrecernos diferentes funcionalidades.
Si bien puede parecer paradójico, dada su naturaleza tecnológica, uno de los grupos de población que más se están beneficiando de estos desarrollos, sobre todo los relacionados con la salud, es el de las personas mayores, así como las personas dependientes o con discapacidad.
Como ejemplo, podemos destacar que el 69% de las personas de 60 a 69 años y el 36% de los mayores de 70 ya utilizan internet con regularidad. De manera que no podemos decir que ningún dispositivo sea demasiado “moderno” para ninguna persona, siempre que este se adapte a sus necesidades y que su uso tenga una curva de aprendizaje asequible para el usuario.
¿Por qué son interesantes los dispositivos de monitorización?
La ventaja es que el uso de esta tecnología es menos invasivo, ya que no requiere cables ni adhesivos para monitorizar nuestras constantes. Por ejemplo, las personas con diabetes pueden beneficiarse de prendas inteligentes con sensores que controlan la cantidad de glucosa y dispensadores electrónicos que inyecten automáticamente la cantidad de insulina necesaria. Al mismo tiempo, todos estos sensores pueden recoger y almacenar los datos que generan y enviarlos por Internet a otros dispositivos, incluidos los de nuestro médico.
Incluso existen las “joyas inteligentes”, que tienen las mismas funciones. Por ejemplo, contar los pasos que damos, la distancia recorrida, medir el movimiento mientras dormimos, etc. Pero pueden combinar mejor con nuestra vestimenta habitual. Así, un collar, un brazalete o incluso un anillo pueden incorporar podómetros y otros sensores para medir nuestro movimiento.
Esto permite una integración aún más natural en el uso cotidiano, pudiendo adaptarse a los hábitos e incluso los gustos personales de cada usuario. Eso sí, también hay que tener en cuenta la relación entre diseño y funcionalidad, y comprobar si esa “joya” o complemento es, por ejemplo, resistente al agua o a los golpes.
Tecnología para mejorar nuestro bienestar
Existen muchas clases de dispositivos que nos pueden ayudar, sobre todo en el ámbito doméstico. Entre ellos, enumeramos los más importantes:
Teleasistencia
El más común y extendido actualmente, presta un servicio preventivo de asistencia domiciliaria, inmediata y permanente para las personas mayores, con discapacidad o con dependencia. Su función es movilizar los recursos tecnológicos y sociales para resolver en el menor tiempo posible cualquier situación de emergencia.
La Teleasistencia domiciliaria suele consistir en un pulsador de comunicación remoto, homologado por el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales. Incorpora un altavoz y un micrófono sensible que proporciona cobertura en el domicilio. Una vez conectado, el usuario solo tiene que presionar el botón para entrar en comunicación y solicitar ayuda.
El servicio móvil se presta a través del propio móvil del usuario y está operativa las 24 horas del día, todos los días del año, tanto dentro del domicilio como en el exterior. En caso de que el usuario tenga una incidencia y necesite llamar, pulsando el botón verde, será atendido por la Unidad de Apoyo. Ésta gracias a un potente sistema de geolocalización será capaz de localizar al usuario en tiempo real, y podrá poner en marcha los recursos necesarios.
Asistentes digitales
Más modernos y sofisticados, son los sistemas de monitorización de bajo coste. Se comercializan habitualmente en forma de altavoz con conexión inalámbrica. No están pensados tanto para situaciones de emergencia, como para proporcionar confort al usuario en su hogar.
Estos sistemas de monitorización nos ofrecen diversas aplicaciones y beneficios:
- Control de la domótica: Luz, persianas, cortinas, televisión…
- Actividades de ocio: Música, radio, lectura de audiolibros…
- Comunicación: Manejo de telefonía a distancia
- Resolución de dudas o problemas sencillos: Consultas a Google, Alexa (Amazon), Siri (Apple)…
- Acompañar en la rutina diaria, haciendo que las personas no se sientan solas.
Sensores de sueño
Dentro de los sistemas de monitorización podemos encontrar los sensores de sueño. Útiles para llevar un control de cómo dormimos, si bien no siempre una pulsera o smartwatch resultan adecuados. Por ejemplo, hay veces que tenemos que poner el dispositivo a cargar de manera que no podemos usarlo durante la noche. También hay personas a las que les puede molestar su uso mientras duermen.
Para ello existen varios dispositivos, como:
- Beddit (Apple) o Sleep Analyzer (Withings), en forma de banda que se coloca sobre el colchón. Permiten un análisis avanzado del sueño y detectar problemas como ronquidos o incluso apnea del sueño.
- Pijama inteligente: Desarrollado en colaboración con la Universidad de Massachusetts, puede monitorizar los latidos de corazón, la respiración y la postura al dormir, si bien aún no está disponible comercialmente. Existen alternativas como el e-skin Sleep & Lounge (Xenoma).
- Pañal inteligente (Smardii): Pensado para personas con discapacidad o dependientes que no controlan esfínteres. Posee químicos que detectan y registran características de la orina, posibilitando, por ejemplo, detectar una infección. Igualmente, y al igual que el pijama y el chándal, el sensor también es capaz de detectar la temperatura corporal, registrar la calidad del sueño y enviar alertas en caso de caídas o accidentes.
Pulseras de actividad y relojes o smartwatches
Este tipo de dispositivo de monitorización permite posibilidades como geolocalización, acelerómetro para detectar posibles caídas, medidor de la frecuencia cardiaca e incluso presión arterial (algo que cada vez incluyen más fabricantes). Estos dispositivos evitan el sesgo del “autoengaño” por parte del usuario, resultando de gran ayuda para los profesionales de la salud a la hora de conocer las mediciones reales de sus pacientes, ya que no dejan manipular las mediciones y proporcionan así datos puramente objetivos.
Envejecimiento bajo control: más vida y mayor bienestar
¿Se puede medir el ritmo de envejecimiento de la vida? Y más importante aún ¿es posible alargar los años de vida garantizando un nivel de calidad y bienestar suficiente?
Este es el gran reto que persigue la ciencia desde hace mucho. Vivir más, pero sobre todo, vivir mejor y gozar de la autonomía y la independencia para poder seguir tomando nuestras decisiones y realizar nuestras tareas diarias durante más tiempo.
Esto es lo que los investigadores de la Escuela de Salud Pública Mailman de la Universidad de Columbia (EEUU) con el apoyo de la Fundación John A. Hartford llevan persiguiendo desde hace años. Los científicos han desarrollado un barómetro que estudia, entre otras cosas, cómo los países se están adaptando al aumento en número y proporción de personas mayores en sus territorios.
Nuevo índice de Envejecimiento
Como hemos indicado, este nuevo índice estudia medidas específicas a través de cinco indicadores sociales y económicos que reflejan el estatus y el bienestar de las personas mayores en los diferentes países.
Desarrollado inicialmente para 30 países, el índice rastrea fuentes nacionales de datos sobre la edad de la población en diferentes lugares, incluyendo Estados Unidos y Europa Occidental. Según los datos obtenidos, el índice destaca que los cinco países que mejor se enfrentan al envejecimiento de la población son: Noruega, Suecia, Estados Unidos, Países Bajos y Japón.
Los elementos que evalúa el índice de envejecimiento de Hartford son:
- Bienestar: mide el estado de salud.
- Productividad y compromiso: evalúa la conexión dentro y fuera del trabajo.
- Cohesión: medidas a través de generaciones y conectividad social.
- Equidad: mide las brechas en el bienestar y la seguridad económica entre los que tienen y los que no tienen.
- Seguridad: alude a las medidas de apoyo para la jubilación y la seguridad física.
“El índice proporciona una mirada exacta sobre lo bien que las sociedades se están adaptando a este desafío del envejecimiento. Esta herramienta permite a los países tener una visión más amplia de las condiciones actuales y de las probables realidades demográficas futuras”, explican los expertos.
Un paso más: medir el envejecimiento en sangre
Un grupo de epidemiólogos investigadores de esta misma escuela de Mailman (U. Columbia) ha diseñado además una herramienta innovadora para medir el envejecimiento biológico a través de la metilación del ADN en sangre.
La herramienta, a la que han bautizado como DunedinPoAm, es sensible a la variación del ritmo del envejecimiento biológico y lo puede analizar entre personas nacidas en el mismo año. El modo en el que lo lleva a cabo es mediante la medición de la metilación del ADN en la sangre.
Además, aporta una medida única para llevar a cabo ensayos de intervención y estudios de experimentos naturales. Investigan cómo el ritmo de envejecimiento puede modificarse por la terapia de comportamiento, de la administración de fármacos o, incluso por cambios en el medio ambiente.
Envejecimiento y enfermedades crónicas: algunas conclusiones
Según este estudio, los adultos de mediana edad que envejecerán más rápido mostraron declinaciones más rápidas en el funcionamiento físico y cognitivo y se veían más viejos en las fotografías faciales. Los adultos mayores que según la medición envejecían más rápido tenían, además, un mayor riesgo de sufrir enfermedades crónicas (bronquitis, neumonía, enfermedades cardiovasculares…) y de una mortalidad prematura mayor.
En otros análisis, los investigadores mostraron que DunedinPoAm captó nueva información no medida por las medidas propuestas de envejecimiento biológico conocidas como relojes epigenéticos. Según la herramienta, los jóvenes de 18 años con antecedentes de pobreza y abuso infantil mostraban un envejecimiento más rápido. También se veían afectadas por la restricción calórica registrada en el ensayo aleatorio.
En su estudio, los investigadores se propusieron desarrollar además un análisis de sangre que se pudiera realizar al principio y al final de un ensayo controlado. Esto determinaría si el tratamiento había ralentizado el ritmo de envejecimiento de los participantes. Por ello, analizando las marcas químicas del ADN (la metilación) se observó que estas cambian a medida que envejecemos, añadiéndose nuevas y perdiéndose otras. El estudio se centró en los glóbulos blancos de la sangre.
En definitiva, parar el reloj del envejecimiento no parece posible (aún). Pero cada vez estamos más cerca de alargar la vida y retrasar el proceso del envejecimiento biológico. Tanto desde el punto de vista genético como social y medioambiental.
Lograr un envejecimiento saludable implica mantener la salud de las personas mayores y conseguir que permanezcan autónomas e independientes el mayor tiempo posible. Por este motivo es imprescindible abordar la salud desde una perspectiva preventiva y trasversal. Que se incorpore a todas las políticas relacionadas con las personas mayores.
Un Envejecimiento saludable significa también dotar a los mayores para que puedan mantenerse activos y autónomos en la sociedad. Lo que permitirá una reducción o retraso de las enfermedades crónicas y la consecución de una vida más larga pero, sobre todo, mejor.
Cómo el Big Data puede mejorar nuestra salud
"Big Data" es, sin duda, uno de los términos de moda del nuevo milenio. Pero poca gente tiene una idea clara y precisa de lo que realmente es. Una definición sencilla sería referirnos a este término como la recopilación masiva de datos en las actividades de al vida real en lugar de la recogida programada en entornos de experimentación.
Pero esta acepción es demasiado general y quizás no nos acerca a lo que el Big Data puede hacer para prevenir y ayudar al cuidado de la salud. Para comprender mejor el Big Data en este entorno, vamos a imaginar un paciente ficticio. Vamos a comparar cómo se recogía y usaba su información de salud antes y cómo lo podemos mejorar con las tecnologías de Big Data.
Medicina y prevención antes del Big Data
Año 1990, una paciente embarazada va a su médico de cabecera a causa de cierta patología. El medico la explora, diagnostica y le receta un tratamiento anotándolo todo en una historia clínica en papel. El tratamiento es el estándar que se da a la población general con la misma patología, ya que nunca se hacen ensayos clínicos en embarazadas. Tampoco se sabe si para ellas implica un riesgo especial o hay alternativas mejores.
Al cabo de unos días, la paciente sufre un shock e ingresa en urgencias inconsciente. El médico de urgencias no la conoce, no tiene su historia clínica (que está en el archivador del médico de cabecera). El médico empieza de cero a pedir las mismas pruebas que ya le pidieron en primaria, pero sin poder comunicarse con la paciente desconoce gran parte de su historia y hace un diagnóstico erróneo. Para colmo, le prescribe un medicamento que interacciona con el tratamiento anterior (y que él desconoce) y le produce una reacción adversa. Los datos están en papel, fragmentados y aislados en distintos centros que no se comunican entre si. Cada vez que un médico ve a un paciente tiene que recomenzar muchos procesos de nuevo.
Digitalización y buenos pasos para compartir información
En 2010, una paciente también embarazada va al médico. Le abre una historia clínica electrónica donde apunta los datos de la entrevista, las pruebas clínicas, los diagnósticos y los tratamientos que le prescribe. Cuando la paciente es admitida inconsciente en urgencias tras sufrir un desvanecimiento, el médico de guardia tiene acceso a todo su historial clínico con diagnósticos, test de laboratorios, tratamientos y evoluciones. Sus decisiones y reacciones quedarán registradas en ese mismo sistema. La información ya es digital, se puede acumular y compartir entre profesionales. Es un gran avance para el paciente, pero sin embargo aun no es "Big Data". Para ello se necesita algo más, hay que combinar muchos datos de muchos pacientes para obtener conocimiento y avanzar en la prevención.
Big Data hoy: datos que curan
En el 2021 un médico busca el mejor tratamiento para su paciente embarazada y con una patología complicada. El tratamiento estándar recomendado por los protocolos clínicos no ha sido probado en embarazadas y el médico está preocupado por los posibles efectos a largo plazo.
Pero este mismo médico sabe que hay muchas pacientes embarazadas con esa patología y quizás con distintos tratamientos. Con la ayuda de un informático buscan en la base de datos del sistema de salud nacional pacientes embarazadas con la misma patología con al menos 5 años de seguimiento. Comparan las respuestas a largo plazo a diferentes tratamientos y, como la base de datos es tan grande, puede incluso seleccionar un subgrupo de pacientes con características muy similares a su paciente para buscar el mejor tratamiento.
Esto es realmente Big Data, es decir, la recopilación de información de muchos pacientes que se combina y estudia para dar respuestas a problemas muy específicos. Información que cura y ayuda a prevenir.
Big Data mañana: más personalización y mayor atención
Mismo escenario en el año 2030. Los usuarios utilizan diversos sensores para monitorizar su salud. Estos incluyen los llamados "wearables" (relojes, pulseras, ropa inteligente) y sensores en el domicilio, el trabajo o el coche. Los sensores recogen constantemente información de distintos aspectos de salud como el ritmo cardíaco, la presión arterial, la saturación de oxígeno, el peso, el índice de grasa, la cantidad de movimiento que hace, la cantidad y calidad del sueño, etc.
La enorme cantidad de datos que se genera diariamente es procesada por un sistema de inteligencia artificial que calcula y monitoriza indicadores de salud complejos. Por ejemplo, la actividad metabólica del paciente, la capacidad de reacción frente al estrés y la capacidad de recuperación. Además de dar alertas cuando estas métricas se salen de rangos "saludables". El sistema aprende a personalizar estos rangos para cada individuo. Establece los patrones de evolución y ritmos de estas variables en condiciones de salud de ese paciente en particular, y puede detectar cuándo ese paciente empieza a desviarse de su propia estabilidad.
Esto es sólo un pequeño viaje para situarnos en cómo era hasta ahora la información en la salud y hacia dónde podemos ir si aprovechamos las oportunidades del enorme desarrollo en tecnologías para recopilar, almacenar y manejar enormes cantidades de datos.
Pero no debemos olvidar que, para aprovechar estas oportunidades, debemos cambiar nuestra forma de pensar en cómo usamos y analizamos la información clínica y desarrollar un nuevo conjunto de algoritmos y técnicas de análisis.
Seguiremos informando de todos estos retos y oportunidades del Big Data en próximos posts, porque lo mejor de trabajar con datos, es lograr que toda esa información nos proporcione mejor atención, soluciones más efectivas y salud, para seguir siendo autónomos e independientes.
Enfermedad crónica y depresión en personas mayores
Aurelio se levantaba pronto por las mañanas, desayunaba con ganas su vaso de leche y sus galletas. Una vez ya arreglado, salía a dar una vuelta por el barrio. Algunas mañanas hacía algo de compra, por si venían los nietos a merendar o para preparar esas lentejas tan ricas que tanto le gustaban a su hija María. Otras mañanas, cogía el metro y se iba a visitar a algún compañero. O se quedaba en casa dedicando tiempo a sus aficiones: pintar maquetas de aviones de combate. Y sus plantas, en su terraza, no era mucho el espacio, pero ya se había atrevido a tener su jardín vertical.
Y así transcurrían las mañanas de Aurelio. Por las tardes, otras actividades, se había apuntado a un curso de fotografía, con frecuencia recogía a sus nietos y los llevaba al parque, y si había fútbol, se quedaba con los amigos a cenar en el bar. Pero todo esto era hacía un año.
Aurelio ahora vive sus días de otra forma. Se ha sumido en una profunda tristeza y desgana desde que una enfermedad crónica apareció en su vida.
Todo comenzó con unos temblores y unos dolores musculares. Sus hijos lo acompañaron al médico y después de varios exámenes, el diagnóstico estaba claro: enfermedad de Parkinson. Los síntomas eran leves y su médico le explicó el tratamiento, las expectativas, e intentó calmar sus preocupaciones y despejar sus dudas.
En principio todo parecía relativamente normal, más allá de la medicación que tomaba y algunos cambios que había tenido que asumir en su vida. Pero poco a poco, sus ganas de aprender y hacer cosas no eran suficientes para que saliera a la calle. En sus oídos, retumbaban las palabras del médico: “… de momento no existe una cura".
Diagnóstico: enfermedad crónica
Esta es la historia de Aurelio, pero podría ser la de cualquier persona afectada por una enfermedad crónica como son la diabetes, fibrosis, demencia senil o enfermedades cardíacas, entre otras. Estas enfermedades pueden aumentar las posibilidades de desarrollar algún tipo de afección mental.
Es habitual que, tras recibir un diagnóstico poco favorable, tras un ingreso hospitalario urgente o en períodos de dolor, el estado de ánimo del paciente decaiga o pase por momentos de ansiedad, angustia y tristeza. Los pacientes que conviven con una enfermedad crónica, sin embargo, tienen que añadir la incertidumbre y la preocupación. Tienen que aprender a sobrellevar una enfermedad que no tiene un carácter puntual y que, en la mayoría de los casos, en mayor o menor medida, modificará sus vidas. Surgen nuevos límites en el día a día, los ajustes de medicación no son sencillos de llevar e incluso algunas medicaciones tienen efectos secundarios.
Pero si pasado un tiempo prudencial, el paciente no se ha adaptado a la nueva situación, no ha introducido o aceptado los cambios necesarios en su vida para seguir disfrutando de buenos momentos, y no lo exterioriza ni lo comparte con los más allegados, es probable que hablemos de depresión, estrés u otros trastornos.
Cuando la enfermedad produce patologías mentales
La Plataforma de Organizaciones de Pacientes (POP) junto con el Real Patronato sobre Discapacidad refleja, en un informe elaborado tras analizar los factores relacionados con las enfermedades crónicas en adultos mayores de 65 años, que el estrés, la depresión y la ansiedad son algunas de las dolencias que más influyen en los mayores con enfermedades crónicas.
La POP pone de manifiesto la necesidad de tener en cuenta al paciente con todas sus circunstancias tanto clínicas, emocionales o sociales y tratar de forma global la pluripatología que presenta.
Dentro de las iniciativas planteadas para atenuar el menoscabo emocional de estos pacientes, destaca el diseño de intervenciones de integración en su comunidad y se propone “la universalización de la atención psicológica en el sistema público de salud y la incorporación de las necesidades particulares de las personas mayores y sus familiares en el diseño de los protocolos de intervención psicológica”.
Porque, como diría Kabat-Zinn, “no puedes parar las olas, pero puedes aprender a surfear”. Y en eso estamos todos. Enfrentándonos a los problemas de salud con todo aquello que pueda ayudarnos a asimilarlo y darnos la mejor calidad de vida y bienestar posible.